miércoles, 18 de agosto de 2010

Terapéutica del hombre desligado

La palabra "compromiso" es políticamente incorrecta y ha sido progresivamente expulsada de nuestro discurso cotidiano. Un buen reflejo lo podemos encontrar en el arte. Es ya un lugar común de los guiones hollywoodenses que el personaje central sea un aventurero con buena estampa, de entre 35 y 40 años, acompañado por una veinteañera. En algún momento de la película, entre tiros y corridas de autos, el héroe se cruzará con un ex compañero de colegio. Este segundo personaje siempre tiene cara de agotamiento. La explicación: tiene una mujer gritona y descuidada, y un par de hijos que exigen dedicación sobrehumana. Su error vital fue formar una familia. Si no se hubiera comprometido, podría acompañar a la estrella en su raid aventurero y amoroso.
Otro reflejo se puede encontrar en la literatura. Por tomar un ejemplo, Juan Ranz, protagonista de la novela Corazón tan blanco , de Javier Marías, nos confiesa: "Cuando me casé, durante el mismo viaje de bodas tuve dos sensaciones desagradables, y aún me pregunto si la segunda fue y es sólo una fantasía, inventada o hallada para paliar la primera o para combatirla. Ese primer malestar es el que ya he mencionado, el que, por lo que uno oye, y por el tipo de bromas que se gastan a los que van a casarse, y por los muchos refranes negativistas que al respecto hay en mi lengua, debe ser común a todos los desposados (sobre todo a los hombres) en ese inicio de algo que incomprensiblemente se ve y se vive como el fin de ese algo. Ese malestar se resume en una frase muy aterradora, e ignoro qué harán los demás para sobreponerse a ella: «¿Y ahora qué?»".
Es posible encontrar en el arte reflejos de un aspecto de la época que transitamos: la identificación de todo compromiso en serio con los demás con la represión de impulsos vitales legítimos. La asunción de responsabilidades con los otros nos es presentada como una enfermedad. Vitalidad y autenticidad son asimiladas a la posibilidad de elegir, que es percibida como un fin en sí mismo.
Este deterioro de la idea de compromiso se manifestó paradigmáticamente en el pensamiento de Nietzsche. Como afirma el pensador español Jesús Ballesteros, su insistencia en la primacía del arte frente a la verdad, y, como consecuencia de ello, su propuesta de una "ética del olvido y del juego", lo conduce a proponer la exaltación de lo fugaz, lo transitorio, lo instantáneo, lo no duradero. "Por ello ve precisamente en el hombre como un ser capaz de prometer la mayor de las represiones, el fruto de la única verdadera violencia."
La actitud típicamente contemporánea es vivir el instante: el hombre de hoy no se encuentra obligado con su pasado ni con su futuro. Se considera libre respecto de todo lo que no sea el presente. Esto producirá diversas consecuencias: desprecio radical de todo el pensamiento anterior, despreocupación por el futuro del mundo, uso abusivo de la naturaleza. Y, sobre todo, será una de las claves para comprender la tristeza profunda del hombre moderno.
Un hombre que vive apegado al presente es un hombre desorientado (porque prescinde de la orientación que proviene del pasado, carece de memoria) y sin expectativas, sin proyectos (porque su cerrazón al futuro le impide toda conexión con su connatural trascendentalidad).
También en la pintura se refleja esta situación. Por un lado, expresa la perplejidad que genera en nosotros la deconstrucción de nuestra identidad, como se observa en el acrílico Rompecabezas (1968), de Jorge de la Vega, y, por otro, manifiesta la desolación que se sigue de ello, como creo adivinar en una de las tres versiones de la serie Siete últimas canciones (1986), de Guillermo Kuitca. En el primero de los cuadros mencionados se muestran cuatro rostros desesperados que miran hacia lugares distintos, como buscándose sin encontrarse, separados unos de otros por líneas gruesas que obstruyen la comunicación. En la obra de Kuitca, en cambio, se ve un hombre solitario en una habitación inmensa, con los brazos caídos, portando la desgracia de no tener más que la riqueza material que lo rodea.
La anulación de todo compromiso conduce a que rija lo que Freud ha denominado -en su obra Más allá del principio del placer - "imperio del principio de autodestrucción". Es que el hombre sólo se hace pleno mediante un despliegue de todas sus potencias. Apegado al presente y desligado de todo compromiso pierde la perspectiva de la realidad, y así se torna incapaz de comprenderla y amarla. Esto también fue puesto de relieve por Kierkegaard, que por eso propuso como modelo de persona al hombre casado, frente al donjuán, que encarna el esteticismo.
Para salir de esta situación debemos aprender a amar. Como ha sostenido Pedro Serna, se trata, en el fondo, de eso: no hemos aprendido a amar, a buscar la autorrealización, la propia felicidad, a través de la entrega de sí, de la apertura al otro. Aunque nuestra voluntad se encuentre incómoda en el amor de donación, en el sacrificio, aunque prefiera el cálculo, el do ut des , lo cierto es que "sólo el amor incondicionado puede superar la soledad, proporcionar la seguridad, la conciencia de ser querido por uno mismo, sin cláusulas de revisión? Lo único que puede devolvernos el paraíso perdido que andamos buscando dramáticamente es el amor incondicional, que no rehúye el sacrificio, que se refuerza en los momentos de debilidad, en las dificultades, y que se mira a sí mismo en el horizonte de la vida y de la muerte".
Ese amor sin condiciones es exigido por la formación de un hijo, que anhela ser querido por sus padres sin que importe si es el mejor o el peor alumno de su clase, el más lindo o el más feo. Y es la incondicionalidad que fundamenta la forma arquetípica de amor que se ha dado en Occidente: un compromiso de entrega total entre varón y mujer, un matrimonio que funda una familia. "Sólo una familia así fundada puede enseñar al hombre a amar de veras. Esa familia y ese modo de entender el matrimonio coinciden con la milenaria propuesta cristiana que veía en ellos el lugar natural del hombre, el mejor lugar para nacer y morir."

Juan Cianciardo
para LA NACION


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El autor es decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral